Mi mujer y yo
vivimos en el barrio La Campiña, cerca del barrio Chipichape. Es un barrio muy
agradable; como decimos por acá: un buen vividero. Todos los días sacamos a
pasear a nuestro perro y le damos un par de vueltas al supermercado de la zona.
Al caminar por ahí, pasas al lado de varios edificios, algunos de ellos
bastante pomposos.
Una mañana iba
con mi mascota por el camino de siempre, en la acera al frente de los
edificios. Entonces escuché los gritos desesperados de una niña: “¡AYUDA!
¡AYUDA!, ¡ME DEJARON ENCERRADA!”. Mi perro inmediatamente se puso alerta y
empezó a ladrar. Otros transeúntes escucharon lo mismo. Uno de mis vecinos, el
“cubano”, venía detrás de mí con su perrito, e inmediatamente dijo: “Es una
niña y la dejaron encerrada, hay que ayudarle”. Así que tres de los que
estábamos ahí (todos con perro) nos acercamos a la portería del edificio, donde
el vigilante veía televisión con toda tranquilidad. Le tocamos y le dijimos que
una niña estaba en problemas en alguno de los apartamentos. El tipo nos dijo
con impaciencia que no se escuchaba nada y que no lo molestáramos.
Ya se
imaginaran el estado de nosotros los voluntarios y también de la irritación del
guarda. Los gritos no cesaban. El cubano y otro señor discutían con el viejo
guarda, mientras yo guardaba silencio y escuchaba los gritos. Sé que parezco un
pusilánime, pero yo no podía hablar debido a la sensación que me daban los
gritos: a mí me parecía que eran de dolor.
El guarda
salió, y apenas pisó la calle también escuchó los gritos. Créanme que fue
divertido ver como palidecía y entraba corriendo al edificio. Lo primero que
hizo fue llamar a la policía y luego desapareció en las escaleras.
Los demás nos
quedamos afuera.
Pasados unos
cinco minutos (tiempo record tratándose de Cali) llegaron dos patrullas y los
policías subieron presurosos por las escaleras. Para entonces, varios
transeúntes se habían apilado a las afueras del edificio de apartamentos. Todo
el mundo estaba preocupado con la pobre niña. Un par de viejas sacaron sus
rosarios y empezaron a rezar.
A los quince minutos
de llegar la policía, los gritos finalmente cesaron. Casi de inmediato vimos
salir personas del ascensor. Otros, junto con los policías bajaron por las
escaleras. Todo el mundo venia con cara de consternación. Yo pensé que la niña
había muerto, y varias personas afirmaron lo mismo. El guarda estaba mas
extrañado que angustiado. Uno de los policías hablaba con la central por su
radio, informaba que no había novedad.
El cubano se
acercó al guarda y le puso conversa. Yo ya estaba con ganas de largarme del
lugar, pero un chisme es un chisme, y mi mujer no me perdonaría la falta de
detalles. Finalmente el cubano se me acercó y me dijo que los policías habían
llegado al quinto piso, donde los gritos se escuchaban con mas vehemencia.
Según el guarda, los gritos parecían venir de una de las columnas del edificio.
Uno de los policías dio algunos golpes con una porra y entonces cesaron los
gritos. Escalofriante.
Se hizo una
última revisión y la gente fue dispersándose. Ese era un chisme de los buenos.
Yo no le paré
mas bolas al asunto. Pero mi amigo, el cubano, no pudo resistirse y le hizo
seguimiento al tema algunos días mas. Los gritos no reaparecieron, pero en la
columna empezó a aparecer una humedad que no se iba ni con pintura.
Meses mas
tarde, la humedad se hizo maloliente. Y un día, un plomero notó algo anormal en
la columna. Al golpear con un destornillador, descubrió que la columna sonaba
hueco en donde alguna vez se habían escuchado los gritos.
El plomero
olio una vez mas la humedad. Los vellos de la nuca se le erizaron de inmediato.
Olía a viejo…
Meses mas tarde, la “columna gritona” se
había vuelto tristemente célebre. Los apartamentos del cuarto al sexto piso
iban siendo abandonados. Pronto, medio edificio tenía en sus ventanas avisos de
“SE ARRIENDA” o “SE VENDE”. La administración tuvo que tomar cartas en el
asunto, y a pesar de los riesgos estructurales, decidió remover aquel trozo de
columna.
Un equipo de tres obreros tuvo la curiosa
misión de “amputar” la columna interna del quinto piso. Aquella que llamaban
“la columna escandalosa”.
Llegaron un sábado a primera hora. Luego
del café y de algunas bromas de mal gusto, se prepararon a demoler la
estructura. El mas joven tenía la misión de iniciar los golpes con una porra.
Contundentemente dio un primer golpazo al concreto. De inmediato, una gran zona
de la columna se vino abajo.
Asustados, los obreros saltaron y dieron
algunos pasos atrás. Cuando el polvo se asentó un poco vieron el hueco.
Y lo que vieron los hizo retroceder aun
mas.
Parte de la estructura estaba en el suelo,
pero la que había quedado en pie presentaba una cavidad muy particular. Era
como el molde de una niña. La parte frontal de su cuerpo estaba al interior de
la columna, mientras que la espalda estaba en los restos caídos. Dos de los
hombres se acercaron aterrados mientras veían el vaciado de humano en el
concreto. No podían dejar de mirar la zona que había albergado la cabeza y el
rostro. Casi que podía verse la expresión asustada de la niña mientras se
asfixiaba entre el material de construcción. Se veía la boca abierta (y los
dientes) en un silencioso y angustiado grito. Los pliegues del vestido y los
pies eran perfectamente visibles: Era un molde perfecto de una niñita.
El tercer obrero, que había preferido no
acercarse, tomó uno de los trozos de concreto del suelo. En el aparecía
perfectamente vaciada una de las manos de la niñita. Las uñas y las rayas de
las falanges aparecían con toda nitidez. Incluso un anillo parecía rodear el
dedo anular de la pequeña. El muchacho guardó el trozo en su mochila.
Consternados, los obreros guardaron sus
herramientas y bajaron en silencio. Cada uno de ellos solo podía pensar en el
sufrimiento de la pequeña.
Se llamó a la policía y se hicieron varias
investigaciones en el edificio. El proceso aun no termina, y la ruina acompaña
la construcción desde entonces. Los apartamentos no se venden y tampoco se
alquilan. Ningún vigilante quiere hacerse cargo del edificio y el lugar se
deteriora poco a poco. Creo que hoy tienen planes de demoler la construcción.
Supongo que no les queda mas alternativa. Han pasado tres años.
¿Y que pasó con el pedacito de concreto con
la mano de la niña? Pues el joven obrero decidió llevarlo a su casa y lo puso
en una repisa de la sala. Lo ha convertido en tema de conversación cuando sus
amigos llegan a visitarlo a su casa. Por alguna razón sabia que a la niña ya no
le importaría.
Y era verdad, pues la niña que erróneamente
había saltado a nuestro universo sí que había pasado un susto enorme al quedar
atrapada en la columna del edificio, pero afortunadamente había sido rescatada
segundos antes de asfixiarse entre el concreto. Rápidamente la arrastraron a su
universo original y minutos mas tarde recibió un fuerte regaño de su madre.
Jamás volvió a acercarse a un saltador
transdimensional sin permiso.
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