viernes, 24 de febrero de 2012

Doña Ligia

La amargura y la tristeza eran una constante en el rostro de Doña Ligia. Esta mujer, de unos sesenta ó setenta años, rara vez hablaba con sus vecinos y pocas veces se la veía en la calle. Vivía en Cali, en una casona del barrio Granada. De ella solo se sabía que tenía mucho dinero y que era una vieja amargada. Cojeaba un poco y aunque antipática, se adivinaba una mujer cuya juventud fue muy hermosa y tal vez más feliz.




Aquella mañana llegaba con algunas bolsas de mercado. Si alguien se hubiese atrevido a esculcarlas habría encontrado algunos filetes de merluza, vegetales y diez kilos de sal. Aborrecía las carnes rojas o las aves.

Entró a su casona y cerró la puerta con 3 pestillos. Los servicios públicos estaban al día y las rejas alejarían a cualquier molesto intruso. Pagaba religiosamente al vigilante (incluso mas de lo que estipulaba la administradora de la cuadra), el cual alejaría a los vendedores o a los gamines en busca de limosna. Ligia pagaba por seguridad y por tranquilidad. Sus ojos azul marino dieron una última mirada por la ventana para luego desaparecer tras las oscuras cortinas. Llevó la compra hasta la cocina y se sentó un rato para tranquilizarse.

Cuando su cuerpo le informó que ya estaba mas relajada, tomó la sal y se fue hasta el patio, donde una gran piscina en forma de riñón la esperaba. Con displicencia esparció la sal en el agua. Luego se desnudó y se sentó en el borde. Al meter sus pies en el agua, una tormenta de recuerdos trajo tanta amargura a su alma que de sus ojos azul marino brotó un torrente de lágrimas.

Si alguien hubiese estado cerca, habría visto un reguero de perlas, como cuando se rompe un collar. Las que cayeron al agua salpicaron, y las que cayeron fuera rebotaron. Doña Ligia no pareció darse por enterada.

¿Qué más daba un puñado de perlas?

Ligia había dejado de llorar. Sus pies eran acariciados por el agua salada de la piscina y ahora se sentía un poco mejor. Las lágrimas habían cesado y solo era cuestión de recoger las perlas en que se habían convertido. Luego las vendería y seguiría con la vida opulente que había llevado por tanto tiempo.

Pasados unos minutos sus piernas se habían fusionado y la piel se había cubierto de escamas azules hasta la cintura. Sus pies se habían convertido en una enorme y hermosa cola de pez. Entonces había entrado al agua lentamente.

Y una vez mas había sido libre.

No se llamaba Ligia, su verdadero nombre era algo así como Ligea o Ligeia, pero así la llamaban en la ciudad que la había adoptado desde hacía mucho tiempo. Se había alejado del mar por amor. Un hombre llamado Sergio Manrique la había encontrado lejos, en el Mar de Cortez en 1910; la había escuchado cantar en el arrecife y había visto su extraña e ictiológica belleza. Se enamoraron profundamente y el la había convencido de llevarla hasta Cali, donde formarían una familia y se harían ricos. Ella abandonó el mar por puro amor.

Entonces se afincaron en Cali, donde el tipo inició una pequeña empresa litográfica, con mas ganas que experiencia. Pero eran tiempos difíciles y no lograban prosperar. Amaba a su sirena, y se culpaba por no poder darle la felicidad prometida. Sabía que ella lloraba en secreto y su corazón se agitaba cada vez que escuchaba los sollozos en la habitación.

Una vez la espió mientras lloraba. No lo hizo por maldad, sino pensando en consolarla y pedirle que regresara a su mar azul en el Caribe. Y entonces vio como cada lágrima que salía de sus ojos se convertía en una hermosa perla.

Entonces, el amor se había convertido en ambición.

Sergio aprendió que el dolor de su mujer serviría para llenar sus bolsillos siempre que quisiera. También aprendió que si las lágrimas eran por tristeza, las perlas salían blancas, pero si las lagrimas eran de rabia las perlas serían negras. Con cada latido adolorido del corazón de Ligeia brotaban mas y mas perlas de sus ojos.

Se convirtieron en una familia acaudalada. Lograron un éxito empresarial impresionante y los años pasaron lenta y dolorosamente. Sergio moriría en 1974, de viejo y satisfecho, jamás le preocupó la profunda tristeza de la sirena. Pero Ligeia no moriría jamás.

Cuando el murió, ella no quiso regresar al mar. Demasiado odio y amargura poblaban su corazón y no quería llevarlos al océano. Por eso eligió una casa con piscina, donde pudiera nadar, cantar y recordar épocas mejores.

Y lloraba de vez en cuando, para mantener su posición económica y vivir tranquila.

Es que hasta una sirena puede tener ciertas ambiciones. ¿O no?


Stephen

Apareció de repente en una de las esquinas del barrio “El Calvario”, una zona de tolerancia de la ciudad de Cali. Siempre aparecía así, de repente, sin avisar, asustado y a la defensiva. Estaba flaco y andrajoso, pero esta vez con menos quemaduras. Leticia lo vio y soltó una carcajada. En su mente drogada veía a Stephen (Esteban) como si fuera un mariachi gordo. Stephen caminó despacio, tratando de recordar donde estaba, de pronto vio el parqueadero y la camioneta de don Mario. Estaba en Cali, así que debería hablar en español. Su mente lo tenía clarísimo.

Pero de repente empezó a decir un montón de babosadas sin sentido (eso sí, todas en español): “Yo sabía que la mantequilla le haría daño a la maquinaria”, “La mantequilla estaba rancia”, “Porque le dieron mantequilla al Capitán si él no quería”, “Dale al pan su mantequilla”, “D-A-L-E-A-L-P-A-N-S-U-M-A-N-T-E-Q-U-I-L-L-A”, y así sucesivamente. Don Mario le miró divertido; Esteban y su mantequilla se habían vuelto comunes en la zona. Sacó un billete de mil y se lo dio, sonriendo con paciencia. El indigente tomó el billete y se lo metió al bolsillo, donde le haría compañía a un par de reales, un dólar, diez francos y treinta yenes.

Stephen (Esteban), siguió caminando y dio vuelta a la esquina. Entonces desapareció una vez mas. Cualquiera que le hubiese prestado atención a aquel indigente loco se hubiera maravillado de su desvanecimiento repentino y total.

Pero así era Stephen (¿o era Esteban?).

Sthepen desapareció del barrio el Calvario, como si de un fantasma se tratase. Y luego había reaparecido en un islote desierto en mitad de un extraño océano, iluminado por dos soles en un cielo naranja y melancólico. Del liquido, transparente y acido, emanaba un fuerte olor que lastimaba las fosas nasales de Sthepen.

Hizo todo lo posible para cubrir su nariz, y rogaba a Dios que no se quedara mucho tiempo aquí. Era la tercera vez que aparecía en este lugar y la última casi había muerto. Se agachó y se cubrió lo mejor posible.

Algunos lugares en los que aparecía eran muy hermosos, por ejemplo el lugar de las tres lunas rojas, cuyas praderas estaban llenas de unas flores carnosas y olorosas. Ese lugar estaba dominado por el color morado y era muy frío. El pobre Sthepen tenía que abrigarse con lo primero que encontrara. Caminaba espantando a las flores, que se alejaban de él a paso lento. Alguna vez había visto a un animal enorme, como un tronco, y cuando Sthepen apareció de repente, casi fue aplastado por una de sus enormes patas de silicio. Por eso siempre que aparecía en cualquier lugar se ponía a la defensiva y se apartaba. A veces tenía que correr para salvarse.

Y no en todos los lugares había comida.

Había lugares muy raros. A veces llegaba a un campo de guerra, y unos enormes vehículos pasaban arrastrando sus orugas muy cerca de Sthepen. Los soldados cubiertos con armaduras disparaban con odio a unos seres flacuchos y súper veloces que maniobraban unos vehículos cristalinos. Ahí tenía que esconderse hasta que desaparecía otra vez. Otro era un lugar desértico en el que no había agua y Stephen temía pasar mucho tiempo ahí antes del “siguiente salto”. A veces aparecía en una hermosa ciudad cuyos habitantes eran completamente blancos y de enormes ojos negros. Ahí debía esconderse pues una vez habían intentado atraparlo. El mejor lugar era una panadería francesa, donde la providencia había querido que el apareciese de vez en cuando. Ese solo lugar lo mantenía vivo. Pero el peor lugar, era aquel donde no había tierra, y siempre que aparecía se veía en una caída libre espantosa e interminable. La última vez había permanecido ahí dos horas. Habría preferido morir.

Pero muchas veces aparecía en lugares mas “normales”: una calle de Río de Janeiro, una iglesia en Londres y un museo en Japón. Otras veces aparecía en una calle pobre de Santiago de Cali y otras en la Quinta avenida de Nueva York.

Pero estaba cansado. Llevaba apareciendo y desapareciendo desde el 28 de octubre de 1943, cuando el experimento en los astilleros de Filadelfia había fallado. Sthepen servía en un barco de guerra norteamericano llamado USS Eldridge (DE-173), el cual habían modificado según los estudios de un tal “Tesla”. Sthepen recordaba que habían iniciado unas bobinas y luego había aparecido una neblina verde. Luego escucharon un trueno y algunos hombres estallaron en llamas. Sthepen había intentado correr, pero se había tropezado. Entonces había visto como uno de sus compañeros se había fusionado con una parte del casco; el cuadro era horrible, y no era el único. Varios de sus mejores amigos ahora eran parte del barco.



Pero al menos habían muerto.

De pronto, Sthepen desapareció entre la neblina verde. Luego reapareció en una extraña calle (posiblemente italiana) a plena luz del día. Y así había iniciado su peregrinación a través de cientos y cientos de dimensiones. 

¿Quién sabe dónde aparecería ahora?


El hombre volador

No me gusta emborracharme, pero cuando toca…

Era una madrugada de septiembre, creo que las dos ó tres de la mañana. Había bebido hasta la madre y solo deseaba llegar a mi casa a descansar. Mis compañeros de juerga eran unos desconocidos para mí y solo había aceptado la salida por cortesía (¡traten de creerme!). Nos habían sacado de la taberna casi de mala gana, y ahora estábamos haciendo un recorrido para dejar a cada borracho en su respectiva vivienda. Fue un viaje bastante caótico...



A esas alturas solo quedábamos tres babosos en el andrajoso Renault 18 y la idea era dejar a uno de ellos en un conjunto cerrado cerca de la avenida primera con calle 70. Recuerdo habernos detenido en una esquina, al lado de la portería, donde nuestro compañero intentaba contar un chiste al aburrido vigilante. Yo salí del auto para respirar un poco y alejar los vapores mal sanos de la borrachera. Miraba hacia la avenida primera, tratando de adivinar la ubicación de “La 14 de Calima”, pero no la podía ver. En eso levanté la mirada y vi con espanto como un hombre de traje negro y corbata roja pasaba volando a mitad de cuadra y se metía por una de las ventanas del cuarto piso de uno de los edificios. No sé si abrí la boca, pero les juro que se me acabó la borrachera (al menos en parte). Me quedé mirando la ventana, esperando ver algo mas, pero nada sucedió. Lentamente regresé a mi puesto en el viejo R-18 y no molesté mas.

Al día siguiente solo recordaba vagamente los detalles de mi increíble visión. Lo curioso es la forma como aquel hombre volaba, no como superman, sino como si estuviese congelado, rígido, con los brazos a los lados de su cuerpo y con la cabeza mirando hacia abajo. Como si hubieras lanzado a un maniquí por los aires.

Jamás podré olvidar semejante suceso. ¿Cómo pude recordar su postura, su traje negro y su corbata roja? 

No sé… ¡yo estaba borracho!

Aquella noche, mientras yo me idiotizaba con licor, Augusto Borja caminaba angustiado por los lados del Parque de la Caña. Buscaba a Sonia, prostituta barata, quien le daría “algo” a cambio de unos pocos pesos.

Finalmente la encontró, en un puesto de salchipapas. Ella lo vio con un poco de asco, pero dejó las papitas y le dijo al vendedor que ya volvía.

Augusto le dio cinco mil pesos. No tenía mas. A ella no le importó.

Se metieron en un rincón oscuro, ella miró a su alrededor buscando a posibles mirones. “Pero oiga mijo, esta vez toca en un tobillo porque mi mamá me ha molestado por las heridas”, Augusto asintió con angustia mientras ella se quitaba la sandalia y le advertía que “sin hacer mucha bulla”. El se agachó y con cuidado empezó a lamer el tobillo de la chica. Ella miraba hacia la calle, temerosa. Nunca veía el rostro de Augusto mientras hacia sus cosas con ella. Pero si lo hubiera visto, habría notado que sus ojos se habían puesto rosados, y que sus incisivos centrales le habían crecido unos cuatro o cinco milímetros mas de lo normal. Es curioso, pero los vampiros verdaderos no usan los colmillos para nada, solo los incisivos.

Entonces, y después de lamer un rato el tobillo, Augusto mordió con fuerza. La sangre manó de la herida y el succionó con avidez. Pasaría un minuto, cuando la chica le reclamó molesta: “Ya párele mijito, por cinco mil pesos no le doy mas”.

Augusto no se molestó. Con eso sobreviviría varios días sin problemas, y podría seguir trabajando en el banco como cajero, y todos le darían palmaditas en el hombro, y podría seguir saliendo con Sandra (su adorada novia), y las cosas seguirían como siempre, y el sería feliz, feliz y feliz.

Sonia se ajustó la sandalia y se fue a terminar sus salchipapas. Nadie le preguntaría que andaba haciendo en ese mangón con el tonto ese. Estaba trabajando y punto.



Además ella ya estaba acostumbrada a las depravaciones de Augusto. Era dinero fácil, pues solo vendía sangre, y por alguna extraña razón nunca sentía dolor. Para ella era casi como hacerle una donación a la Cruz Roja, solo que aquí le daban plata, y no la clásica bolita roja anti-estrés con un estúpido bombón de dulce.

Augusto caminaba tranquilo. Se sentía rejuvenecido. Y así era en efecto: su cuerpo había cambiado en los pocos segundos que pasaron desde que se despidió de Sonia. Sentía fluir la energía y el ímpetu de su atormentada alma. Sonia, por su parte, siguió devorando sus salchipapas, sin saber que sus células se habían marchitado un poco y que su expectativa de vida se había reducido algunos meses.

Tal era el nivel de energía que había logrado Augusto, que antes de llegar a la carrilera (por la calle 44), se quedó tieso, tenso, a punto de reventar. Como si le hubiesen dicho “¡congelado!”. Entonces se elevó del suelo, y voló como un ave.

¡Bueeeno!, como un ave tiesa, eso sí. Pero ya era una proeza bastante notable para un cajero de banco. Y así se transportó -en un mágico trance- hasta su apartamento, en un cuarto piso de una unidad cerca de la calle primera.

¿Alguien lo vería? Seguramente sí, es un trayecto largo. Al menos yo si lo vi.

Con su traje negro y su corbata. 

jueves, 23 de febrero de 2012

Las trenzas de Yesenia

“¡Que lindas trenzas, no te conocía esas habilidades!”, Jairo estaba maravillado de ver a su pequeña hija con semejante trenzado tan hermoso en su pelo. Su mujer, Olga, se acercó perpleja: “Yo no le he hecho trenzas a la niña”.

Ustedes no se imaginan el caos que armó la pareja por las trenzas. Llamaron policía, vecinos y a cuanta persona vivía cerca de la casa finca que recientemente habían adquirido en Puerto Espejo, en el departamento de Quindío.

Aquella tarde, la pequeña Yesenia jugaba en el patio y su padre la vio al llegar del trabajo. Ahí fue cuando vio las perfectas trenzas que tenía en su hermoso cabello.

¿Y cuál es el misterio con las trenzas de Yesenia? Pues que Yesenia tenía tan solo dos años y de ninguna manera podría haberse trenzado el cabello de esa forma. Ni su madre podría hacerlo. Los vecinos mas próximos Vivian a unos cien metros de la casa y por la zona había muy pocos niños. Eran nuevos en la región y eran poco conocidos. Sus padres estaban bastante incómodos con la situación. En todas partes hay degenerados y depravados, y temían muchísimo por la seguridad de la pequeña. Esa noche hubo pelea conyugal, lágrimas y desesperación. Las trenzas fueron desmontadas con mucha ira por parte de su madre.

No la dejaron salir mas al patio. La siguiente semana, la pobre Yesenia fue prisionera de su madre. Finalmente las cosas se calmaron un poco.

Un jueves a las once de la mañana, Yesenia jugaba con una muñeca de trapo en la cocina. Olga fue cinco minutos al baño y al regresar tomó a la pequeña y la puso en un asiento para niños, le iba a dar una compota antes del almuerzo. Le puso su muñeca en el regazo y puso su osito en la mesa.

Un momento: ¿su “osito”?, ¿Cuál osito? ¡La niña no tenia mas juguetes que la muñeca de trapo!
Olga entró en pánico. Recorrió la casa a trompicones buscando a quien le había entregado tal presente a su niña. Buscó en toda la propiedad. Nada. Salió a la carretera buscando a algún vecino. Nada.

Nada y nada y nada.

Regresó a donde su hija, las lagrimas empezaban a menguar.

Luego la vio sentada en el suelo. Con su muñeca. Su osito. Y una muñeca flacuchenta.

¡Oh, si! ¡Y con el pelo trenzado hermosamente!

Su grito se escuchó hasta la casa vecina, de donde vinieron a socorrerla. Olga estaba histérica y corría como loca alrededor de la mesa. La niña lloraba asustada al ver la locura de su madre. Una vez mas llamaron a la policía. Buscaron en todas partes. Nada.

Luego llegó Jairo, a quien la cosa ya le estaba pareciendo rara. Desde su machista punto de vista, Olga estaba queriendo justificar algo bastante incomodo. Decidió tomarse unos días para vigilar a sus mujeres. Por supuesto hubo pelea esa noche. Las trenzas fueron desbaratadas y oso y muñeca fueron confiscados por los policías, cosa que atormentó dolorosamente a la pequeña Yesenia.

Esta vez, el comandante de la inspección de policía decidió dejar al Cabo Martínez al cuidado de la casa. El había perdido a un sobrino en la época de Garavito y tenía muy claro que los depredadores sabían cómo engañar a los niños.

El cabo Martínez se quedó esa noche con la familia. Dormiría en la sala y tendría autorización para entrar al cuarto de la familia cuando lo desease.

Martínez deseaba cuidar bien a la pequeña. Apreciaba mucho a la familia, y estaba secretamente enamorado de Olga. Cuidaría de ellas y no se dormiría en toda la noche.

A las tres de la mañana, Martinez escuchó la risa de la pequeña niña. Se quedó quieto. Entonces escuchó otra risa infantil. Se levantó como un resorte y corrió hasta el cuarto.

Yesenia estaba de pie, sonreía complacida mientras su cabello era trenzado por un niño blanco como la nieve y sin pelo.

El pequeño volvió su sádica mirada hacia Martínez. El pobre policía hizo lo que cualquiera de nosotros hubiera hecho en aquella situación: se desmayó.

Jairo escuchó la caída del policía, se levantó y corrió a ver qué pasaba. Entonces escuchó los sollozos de Yesenia y una risa endemoniada que salía hasta la sala y de ahí hacia la oscuridad del campo. Salió frustrado y angustiado. Adentro se escuchaban los lamentos de Olga.

Luego socorrieron a Martínez. Lo ayudaron a despertar (a cachetadas) y luego el pobre no podía hablar. Tenía la mandíbula anquilosada. Lloraba. Olga empezaba a enloquecer. Llamaron a la policía nuevamente. Pero entonces, Martínez, presa de la desesperación, salió a la carretera y empezó a correr enloquecidamente hasta el pueblo.

Fue atropellado por un jeep a doscientos metros de la casa. Murió instantáneamente. Fue el único testigo del perpetrador de las trenzas.

Luego de esto, la familia entró en pánico. Recogieron todos sus enseres y decidieron largarse de la casa. Después verían como venderla.

Esa lluviosa tarde llegó el camión que habían contratado para sacar las cosas. Tenían los corazones oprimidos y angustiados. Yesenia tenía el cabello hermosamente trenzado. Sus padres habían desistido de desarmar las trenzas.

Cargaron el camión, el cual se alejó lentamente. Ellos tomaron una camioneta de un conocido.
Entonces, de un charco barroso brotó un niño blanco y sin pelo. Se agarró de un saliente de la camioneta y así fue arrastrado por el camino, como un harapo viejo de sonrisa demencial.

A Yesenia no le harían falta sus trenzas. ¡De ninguna manera! 



Nota: Este relato va dedicado a mi querido amigo Erwin Andrés Espitia y a su novia María Yessenia Torres, quien en una noche de tragos nos contó sobre las famosas trenzas. Sobra decir que el relato esta basado en un hecho real, del cual ella fue testigo. 

El abuelo malo


En el barrio “Doce de Octubre”, vive una de las familias mas impunes de la ciudad. Todos han matado. Desde la abuela hasta la hija menor de diez años. Muchos han intentado acabarlos. Pero nadie ha podido, y ni siquiera la policía los molesta. Algunos dicen que es porque el abuelo los defiende a capa y espada. ¿Pero dónde está el abuelo? ¿Alguien lo ha visto?

Doña Narda sí. Dice que es un negro pequeñito pero fortachón. Dice que es feísimo y que le dio asco conocerlo. Alguna vez entraron unos policías a la casa de esa gente. La descripción del hecho, realizada por un sargento, fue mas o menos esta:

“Entramos como a las ocho de la noche porque uno de los muchachos había matado a una mujer por robarle el bolso. Todos los testigos nos llevaron a esa casa. Entramos y el “pelao” se metió en uno de los cuartos, cerca del patio. Ahí nos fuimos García y yo y abrimos la puerta. Adentro olía a puras verduras. El pelao se escondió detrás de un negro de avanzada edad. El señor era bastante feo, los labios los tenia duros como un pico y se le veía una artritis tremenda. Las articulaciones estaban hinchadísimas. Parecía con una armadura. En la cabeza tenía un tumor que parecía una aleta, así como el pelo de “Mario Baracus”. Andaba vestido con un overol amarillento lleno de bolsillos. Y en el piso tenían un montón de raíces parecidas a yucas o batatas. El tipo se quedó mirándonos y cuando García se metió al cuarto, lo cogió de un brazo y casi se lo quiebra. El muchacho nos dijo que nos fuéramos porque el abuelo nos podía matar solo con sus manos. Yo me enojé y lo encañoné con el revólver. En esas el abuelo me arrebató el arma y la retorció como si fuera de plastilina. Se movía a una velocidad tremenda, ¡como un Ninja!, incluso se disparó una de las balas y al viejo no le pasó nada. Ahí nos asustamos y nos fuimos corriendo. ¿Quién se iba a meter con semejante “superman”?. Yo no volví por esa casa, pero García ha pasado varias veces. El que se mete con esa gente termina muerto, y parece que es el abuelo el que causa las muertes”.

La anterior es una descripción muy curiosa de un suceso que en otro contexto sería muy normal y comprensible: El viejo pertenece a la raza de los protectores de Pak. ¿Cómo llegó aquí? Ni idea. Pero está cumpliendo su función biológica, está protegiendo a aquellos que considera su familia. Habría que estudiar mas a fondo el tema, pero de todas maneras la cosa se complicaría, porque las batatas que el policía mencionó son raíces del árbol de la vida. Y claro que es anciano… ¡tiene como treinta mil años!



¿Quién podría imaginarse que semejante personaje habitaría en un barrio de Cali? 

Vecinos inexplicables

¿Sabes quien vive en la casa de al lado? ¿Sabes quién es el muchacho que a diario te trae el periódico o aquel que vigila tu edificio? ¿Sabes cuantas cosas raras pueden suceder tras las puertas de tus queridos vecinos?

El problema es que no préstamos atención. Vamos por el mundo sumergidos en nuestro propio micro-universo sin preocuparnos por lo que nos pasa ante las narices. Recuerdo un tipo que pide limosna cerca de una de las iglesias del centro de Cali. Es un personaje muy peculiar y de grandes ojos que permanece acuclillado esperando las limosnas. Pocos han detallado su estampa y pocos se han percatado de lo extraño que parece. Una vez le di un billete de mil pesos. El tipo lo apretó con una mano y no me dijo nada. Ahí se quedó acuclillado. “Pobre loco” pensé yo despectivamente mientras continuaba mi camino. No sé por qué razón, pero a los pocos metros di la vuelta para observarlo. Se había llevado el billete a la boca y lo chupaba con avidez, como si de un dulce se tratara. Mi ceño permaneció fruncido hasta bien entrada la noche…



Y bien entrada la noche, el tipo se levantó y desparramó su cuenco en las paredes de la iglesia. Entre monedas y billetes serian unos cuarenta mil pesos. Serian recogidos mas tarde por las sorprendidas prostitutas de la zona. A él ya no le servían, había succionado cada bacteria de cada billete y cada moneda, y con eso bastaba para quedar bien alimentado. Era una vida extraña para un mendigo, pero confiaba en ser rescatado y regresar a su planeta muy pronto.

Y si, seres de otros planetas ya conviven con nosotros. Algunos por elección, otros por error. ¿Qué donde se encuentran? Salgan a la calle y miren a la gente. Seguramente verán a varios de ellos que probablemente están aquí de paso.



Otros en cambio, están atrapados. Al sur de la ciudad, existe un hogar geriátrico bastante importante del Valle del Cauca. Allí hay dos “visitantes”. Uno de ellos sufre enormemente, pues proviene de un planeta con tres soles, donde siempre es de día. Por supuesto, ahí no conocen la noche y tienen terror a la oscuridad. Aquel mundo desapareció hace eones, y este pobre personaje estuvo en estasis hasta hace muy poco tiempo. Su capsula cayó en la zona norte del Valle del Cauca en septiembre de 2010. Algunos vieron como el objeto atravesaba nuestra atmosfera. El sonido de la caída fue escuchado por cientos de personas, y al final fue tomado por un meteorito. El visitante tenía un aspecto bastante maltrecho, y quienes lo encontraron asumieron que se trataba de un anciano con algún tipo de retardo mental. La oscuridad lo aterraba de tal forma que varias veces se desmayó con solo ver algunas sombras. Las autoridades no supieron que hacer con él y finalmente lo llevaron al ancianato. Allí permanece hasta hoy, siempre con las luces encendidas, sin espejos y sin objetos que produzcan sombras. Sufre en silencio, sin conocer su origen y sin un buen futuro. El otro visitante, en cambio, vive feliz. Es un ser mimético proveniente del sistema Sirio, su inteligencia equivale a la de nuestros chimpancés y posiblemente fue dejado en nuestro planeta por error. Ha asumido la apariencia de un negro loco que se la pasa repitiendo cosas que escucha por ahí. Todo el día camina por el lugar y casi no molesta. Algunas veces entra en letargo por varias semanas, pero los enfermeros y encargados ya no se preocupan por esto. En general es tomado por un buen paciente. Es feliz, pues adora comer piel muerta, de la cual hay un buen suministro en el lugar.

Algunos visitantes, en cambio, viven vidas normales. Se la ganan igual que nosotros y conviven en nuestro ambiente sin mayor problema. Por supuesto no siempre se parecen a nosotros, y por ello deben “adaptarse” a nuestras formas. Pero en general no nos damos cuenta de su presencia. Algunos van muy maquillados debido a la blancura de su piel. Otros utilizan prótesis y otros casi que se tapan por completo. En las alcantarillas hay poblaciones de seres extraterrestres que llevan con nosotros ya varios siglos.

Muchos de ellos están de paso, otros están aprendiendo a convivir con razas agresivas y violentas (como el homo sapiens) y una gran parte están estudiándonos. Es difícil notarlos. Creo que en Cali hay bastantes. Yo solo sé de un par de médicos, varios profesores universitarios y el dueño de un restaurante. Y alguien me comentó una vez que había una gran población proveniente del sistema Gliese que adoraba los chontaduros y que permanecía a lo largo de la costa pacífica colombiana. Seguramente hay alguna base submarina en la región. Y muchos chontaduros.

Dicen que hay mas o menos 57 especies extraterrestres que conviven con nosotros directa o indirectamente. Pero creo que son mas.


miércoles, 22 de febrero de 2012

“Algunos secretos se esconden tras las puertas de nuestros mas queridos vecinos”

¿Cuán viejo es el mundo? ¿Cuán antiguas son sus grietas y sus recovecos? ¿Cuántas civilizaciones lo poblaron desde su creación?

No son preguntas fáciles de contestar. Confiamos en los científicos para resolverlas, pero ¿cuán equivocados pueden estar? ¿Quién garantiza la exactitud de sus cálculos? Una piedra es antigua por definición, unos huesos no tanto, y un tornillo de acero sin duda no lo es. Pero si encontramos un tornillo engastado en una piedra, ¿no será que el tornillo es igual de antiguo que la piedra?

Nadie sabe cuántos seres inteligentes poblaron la tierra. Siempre creeremos que el homo sapiens es el verdadero y único señor de la tierra. Pero la tierra es vieja, muy vieja, y ha tenido que soportar a otros como nosotros. Y estos han dejado sus rastros. Pero otros también han venido de mas lejos, desde las estrellas. Han venido a ver nuestro verde y nuestro azul. Algunos se han ido desilusionados, pero otros se han quedado. Y han prosperado. Otros, incluso, nos han ayudado. 

Salimos a la calle sumergidos en nuestras preocupaciones, hacemos fila en los bancos y usamos el transporte público como parte de nuestra rutina. Pero pocas veces observamos a los que nos rodean. Pocas veces escudriñamos los secretos de la ciudad.  

Echemos un vistazo a estos misteriosos personajes y a esos misteriosos objetos. Algunos habitan la  querida ciudad de Santiago de Cali, y no sé cuantos mas vivirán en toda nuestra bella Colombia. Pero la mayor parte se encuentran en el resto del mundo. Algunas de las historias relatadas aquí me han sucedido a mi, otras me las han contado y otras las he escuchado por casualidad.

Y nunca he intentado comprobar ninguna.

Obviamente, he cambiado algunos nombres y ubicaciones, no sea que a alguien se le ocurra ir a preguntar.

Y no recomiendo a nadie buscar explicaciones… porque podrían encontrarlas. 

Un abrebocas...

¿Qué te imaginas al ver al grupo de personas que viaja en el mismo autobús que tú?

Ves a aquella mujer de uniforme y supones que trabaja en un banco, pero no sabes que es bruja y que guarda a sus hijos en frascos de vidrio desde hace varias generaciones.

Ves a aquel hombre con overol y caja de herramientas y supones que va a reparar el grifo de alguna casa. Pero en realidad es un habitante de un planeta lejano llamado “Cteria” (posiblemente Iota Draconis B según nuestra nomenclatura) que necesita comer cobre para vivir y que lleva 212 años perdido aquí sin poder regresar a su mundo natal.

Observas a esas dos colegialas, una de ellas sonriente y picara mientras que la otra esta seria y lúgubre, y supones que han escapado de clases para vitrinear en algún centro comercial, pero la verdad es que una de ellas es parasita de la otra y van a esconderse en algún rincón oscuro donde la alegre sacará su lengua dentada y morderá la cabeza de la triste para absorber sus fluidos vitales.

¿Qué tal aquella señorona vestida elegantemente? Miras el ostentoso collar que tiene y supones que es una fantasía de mal gusto, excéntrica y ridícula. Pero en realidad es un collar ceremonial fabricado con “orichalcum” u “oricalco”, metal de gran importancia para el pueblo atlante. Ese collar en realidad es la clave para encontrar la ubicación exacta de la Atlántida de Platón. Y tú lo ves como un collar feo y de mal gusto.

O miremos a ese universitario de aspecto enfermo. Suponemos que va angustiado a presentar un parcial, pero la verdad es que esta muerto hace un par de meses y no se ha dado cuenta de que su corazón ya no late.

¿Y el viejo “mono” de aspecto elegante que va manejando el Mercedes negro con dos niñas en el asiento trasero? Es un gringo propietario de varias fincas en el norte del Valle del Cauca, lleva a sus hijas a comprar los uniformes del colegio y actúa con mucha naturalidad, pero es un espía retirado y en su casa guarda un frasquito con una bacteria que a principios de 2001 debía ser regada en el agua de una finca en el eje cafetero. Esta bacteria evolucionaría en el café y en un plazo de diez años habría prosperado en cada plantación cafetera del planeta. Haciendo cálculos, para finales de 2012 la bacteria se activaría envenenando discretamente a la bebida y diezmando casi toda la población mundial. Lo peor del caso es que el tipo ni siquiera se acuerda del frasquito.

O aquella mujer embarazada, alegre y feliz, pero en cuyo vientre habita su hermana gemela, la cual se asoma al mundo exterior por el ombligo en busca de alimento.

Y esos son solo algunos de tus compañeros de viaje.

¿Te gusta caminar por el barrio los domingos por la tarde? Es agradable sentir el viento vespertino, ver a las personas que conversan tranquilas en sus antejardines o los niños que pasan veloces en sus bicicletas. Pero, te has preguntado: ¿Qué pasará tras las puertas de aquellas casas que permanecen cerradas? ¿Cuántas abominaciones estarán dentro reposando o torturando? ¿Cuántos objetos de otras dimensiones u otros mundos adornaran sus estantes o estarán olvidados en viejos armarios?