viernes, 23 de marzo de 2012

No olvides ir al medico de vez en cuando

Cuando vayas al médico… ¡pide que te examinen de verdad!

Muchos casos jamás son comentados. Algunos enfermeros prefieren hacerse los de la vista gorda cuando detectan pacientes con un tercer latido o cuando ven que algunas mujeres conservan fetos en sus vientres por muchísimos años sin jamás enterarse de sus embarazos. Algunas han llegado a edades tan avanzadas con fetos que, de antiguos, se habían enquistado en sus úteros.

Se supo de alguna loca que hablaba con un niño que vivía en su vientre. Le hablaba y hasta lo educaba. Incluso se dice que alguna vez tuvieron una pelea magistral y que la vieja se pegaba golpes en la barriga. Fue considerada loca, pero jamás la examinaron. Al final se suicidó.

Esa autopsia fue espantosa. Al morir la loca, su hijo (o lo que fuera) no murió, y salió gritando cuando los forenses abrieron su vientre. Uno de los tipos está ahora en el Hospital Psiquiátrico San Isidro. El otro se puso a vender flores en un cementerio.

Otro caso bien feo fue el de un desnutrido que siempre llegaba a una de las EPS de Palmira. Todas las veces que acudía estaba anémico, con dificultad para respirar, de mal aspecto y siempre con hambre. Los médicos se acostumbraron a verlo y poca atención le prestaban. El tipo presentaba latidos adicionales en su pecho, pero siempre lo achacaron a su mal estado.

El pobre solo se calmaba cuando comía abundantemente. Solo así podía superar sus crisis.

Pero, ¡era tan pobre! ¿Cómo podía alimentarse bien? Una vez sufrió un desmayo en la calle. Un medico pasaba casualmente y se detuvo a ayudarlo. Logró reanimarlo y le pidió que le dejara examinarlo. El médico acababa de comer maní y su aliento era bastante notable. Puso un bajalenguas en la boca de nuestro flaco y observó con la linternita. Entonces pasó algo que hasta hoy no es aceptado por el atento medico.

De su garganta salió un apéndice serpenteante rematado con una pequeña cabeza de aspecto humano. Pudo ver que los ojillos de la criatura estaban atrofiados y que tenía unos mechones de pelo negro. La cosa trató de alcanzar al médico al oler el maní. En esas el flaco volvió a quedarse sin respiración y se apretaba la garganta.


El médico ya no tenía ganas de ayudar. Le dio un billete de cincuenta mil y le dijo que tratara de alimentarse muy bien. Luego se largó y no pudo dormir en muchas noches.

Y desde entonces usa los bajalenguas con muchísima cautela. 

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