Jamás se me pasó por la cabeza ser médico. Los admiro mucho, eso sí.
No sé cómo hacen para soportar tanta muerte, tanto dolor y sufrimiento en los
pacientes. De verdad que se necesita tener vocación para seguir esa carrera...
Debo reconocerles también, que su trabajo es tremendamente duro,
arriesgan sus vidas y su propia salud.
Y admiro mucho mas a aquellos que deciden trabajar en el Hospital
Universitario del Valle: ese sí que es un verdadero campo de batalla.
Hace pocos meses sucedió algo bien raro allá. Una ambulancia trajo a
un negro chocoano, dicen algunos que de la región conocida como “Sivirú”. Los
médicos que lo atendieron no podían controlar sus convulsiones. Su estado no
solo era gravísimo, sino también rarísimo: no tenia pulso y estaba a
temperatura ambiente, o tal vez mas frío. Sus pupilas no reaccionaban y
no presentaba reflejo alguno. Tan solo convulsionaba sin cesar y de seguir así
se partiría la columna en dos.
Según su mujer, el tipo estaba cortando un enorme árbol de balso
cuando, de repente, un líquido negro brotó de la madera hasta su rostro. El
hombre se sintió muy mal y regresó a la casa, donde su mujer intentó calmarlo a
punta de agüitas. Como la cosa se estaba poniendo fea, lo llevaron al puesto de
salud. De ahí fue necesario trasladarlo hasta Quibdó y de allá finalmente
decidieron mandarlo en helicóptero hasta el Hospital Universitario del Valle.
Las convulsiones eran tan tremendas que tuvieron que amarrarlo al
llegar al hospital. Un joven médico trataba de diagnosticar el asunto, pero, según sus conocimientos, el tipo estaba bien muerto… tal vez no se había
enterado y se aferraba a la vida de alguna extraña manera. Una de las
enfermeras, también negra y también chocoana, se dio cuenta de algo que los
demás jamás notaron.
Y por eso salió de la habitación, se lavó con alcohol y se
largó del hospital para jamás regresar.
Finalmente, el tipo se calmó; no respiraba, su corazón no latía,
estaba frío como un helado de vainilla y tenía la misma inteligencia de una
lata de atún. No dejaba de mover sus ojos. El joven médico solo pensaba en una
palabra: zombi.
Es que era aficionado a las películas de terror…
Finalmente decidieron llevarlo hasta la Clínica Valle del Lili, donde
probablemente encontrarían alguna explicación para tal condición. Bien
amarrado, lo subieron nuevamente a la ambulancia. Y arrancaron hasta su destino
a la usanza de las ambulancias: a toda velocidad y con ninguna responsabilidad.
Y a toda velocidad se estrellaron magistralmente en el cruce de la
universidad del Valle, la ambulancia se desintegró y el camión que bajaba desde
Ciudad Jardín voló varios metros. El negro salió despedido de la ambulancia y
fue embestido por una camioneta, lo dejaron hecho una masa de carne abyecta y
nefasta. Quedó poco para recoger, tanto de los tripulantes de la ambulancia
como de su paciente.
Y así terminó uno de los casos clínicos mas raros vistos en el
hospital. Nadie estudió los restos por andar dando explicaciones a los medios.
En este país, el choque de una ambulancia da para dos o tres semanas de
noticias.
Pero debieron preocuparse mas por nuestro querido negro. En sus venas
corría una de las maldiciones mas terribles para la humanidad. En algunos años
diezmará a la especie humana hasta casi la extinción. Se trataba de un virus
que los aficionados a las películas y libros de zombis conocen muy bien.
El virus “Solanium”.
En unos años mas será una gran noticia. Solo esperen y verán...
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