jueves, 11 de octubre de 2012

Tercer capitulo de la Expedición Grancolombia 1938

Ultima entrega de mi libro, aquí es donde empezamos a darnos cuenta de como irán las cosas para John Radek. Lamentablemente hasta aquí llegaremos... los que deseen continuar con la historia, deberán ir a la pagina y adquirir el libro. Sé que algunos me miraran con odio... pero así funciona este odioso mundo. 

Espero que hayan disfrutado de estos 3 capítulos y que sean tan estimulantes como para animarlos a llevarse el libro. Lo encontraran en PDF a un precio ridículo e impreso a menos de 18 dolares. Gracias!!! 



III


Radek despertó a las cinco de la tarde. Había decidido descansar todo el día para estar fresco en la noche. Isaac Salas, un médico y un funcionario del Departamento de Registro de Defunciones lo esperaban en el lobby del hotel. Se vistió informalmente –tal como le gustaba– y salió en compañía de su caja de instrumentos. También ocultó una pistola en su chaqueta. El arma poseía un contenedor con un líquido verde brillante, que ocultaba con un trozo de cuero negro. Se trataba de un sellador dimensional, que esperaba no tener que utilizar.
Afuera le esperaban en un aerodino de alas batientes, el aparato recordaba vagamente la forma de una libélula. Por lo visto nadie deseaba perder tiempo. Los cuatro pasajeros abordaron luego de pocas formalidades y partieron en dirección al cementerio central. Llegarían en diez minutos.

En el Cementerio central les esperaba un guardia incomodo y molesto. Detestaba la profanación de tumbas y la grosería con que los científicos trataban a los cadáveres. Soltó un firme y corto discurso: “Señores, por favor hagan rápido su trabajo y salgan de aquí cuanto antes. No queremos que el público vea lo que vienen a hacer”.
Salas trató de tranquilizar al guarda. Y sin más preámbulos, ingresaron al lugar. Harían el trabajo solos.
La tumba estaba adornada con algunas flores, lo cual indicaba que había sido visitada recientemente; probablemente por la viuda de Umaña. Esas flores revolvieron un poco el estomago de Salas: “Apurémonos con esto”.
Cavaron silenciosamente hasta tocar madera. Con una barra metálica abrieron el ataúd hermético y encontraron los restos de Umaña. Estaba más seco que podrido, pero a pesar de todo se conservaba en buen estado.
–Vamos, saquémoslo –la voz era de Radek, quien sabia cual era el paso a seguir.
–¡¿Está usted loco?! –el perplejo medico habló por primera vez– ¡Hagamos el trabajo aquí mismo!
–Él tiene razón, Radek, no podemos mover el cadáver de este sitio –Salas empezaba a impacientarse.
–Señores –empezó pacientemente Radek–, debo sacar el cadáver y llevarlo a un lugar tranquilo, no querrán que empiece a gritar a voz en cuello y despierte a todo el mundo, ¿o sí?
Los tres hombres se miraron. El médico hizo gestos para detener todo aquello de una vez. Pero Salas moría de curiosidad y no iba a detenerse ahora que habían profanado la tumba.
–Saquémosle. Pero hagámoslo rápido. ¡Señor Sarria!, traiga unas bolsas para cubrir el cadáver.
Sacaron al cadáver de su tumba y lo llevaron al aerodino, el guardia protestó con furia pero sin firmeza, pues había presente un funcionario del Departamento de Defunciones que avalaba aquella abominación. Exigió devolver al difunto cuanto antes.
Trasladaron el cuerpo al consultorio privado del Medico, quien se apellidaba Otero: ahí tendrían privacidad.
Pusieron a Umaña en una camilla, su piel gris se iluminaba gracias a las lámparas de fósforo rebajado. Lo desnudaron y entonces Radek sacó una sierra de su caja de instrumentos. Antes que lo interrumpieran les explicó la razón.
–Lo siento, pero debo desmembrarlo –su mirada tímida contrastaba con la perplejidad de sus compañeros–. Es una medida de seguridad. Podría lastimarnos… o escapar…
Los tres hombres tragaron saliva. Cada uno de ellos más arrepentido que el otro. Salas asintió diciéndose que aquello que reposaba en la camilla ya no era su querido amigo. Mientras Radek desmembraba el cadáver decidió que el instrumental médico merecía mayor interés. Al regresar la vista y ver el resultado del trabajo de Radek, sintió arcadas que le hicieron devolver las papas con carne que había comido antes.
Radek solo había cortado el torso a la altura del corazón. Había eliminado los brazos y había puesto aquel busto macabro sobre el escritorio del médico como si fuera el adorno de un piano. Clavó un tubo transparente en su pecho y lo acopló a un pequeño fuelle.
Tomó la monstruosa jeringa con parsimonia y sin mayor decoro la clavó en la sien derecha:
–Esperemos que el cerebro esté en condiciones…  

Pasaron cinco minutos antes de percibir los primeros movimientos.

El cadáver abrió la boca y un ojo, el movimiento produjo una nube de olor nauseabundo que hizo que cada uno de los presentes se llevara un pañuelo a la nariz. El cadáver no gritó, tal como esperaba Salas. En cambio, abrió y cerró la boca varias veces como calentando los músculos. En ese momento Radek insufló algo de aire con el fuelle para estimular lo que quedaba de las cuerdas vocales. Algunos insectos salieron del interior de la boca, para mayor fastidio de los presentes.
–Ahhhsssss!!! –fue lo único que salió de boca de Umaña. El corazón de Radek estaba a punto de salir corriendo.
–Santo Dios… –fue lo único que salió de la boca del Doctor Otero, un profesional que había considerado la muerte desde mil ángulos, pero que claramente había obviado este.
–Shalas. Shalas. Sshhalas…–el momificado Capitán ahora miraba en todas direcciones. Enfocó sus ojos en el Comodoro Salas.
–Rafael –la palidez de Salas era aun más intensa que la del mismo Umaña–, aquí estoy viejo amigo.
–Shalas… Shalas…
Pasaría una hora hasta que el cadáver articuló más que el nombre de su amigo. A Radek le preocupaba que el maltrecho cerebro solo recordara el último rostro que había visto, algo así como el “imprinting” de las aves.
–Escúchame Rafael, necesito que me respondas algunas preguntas. ¿Crees poder hacerlo?
–Shalas. Pregunta –Umaña detuvo cualquier movimiento y asumió una posición de completa atención a Salas.
–¿Donde quedaron los miembros de Miskatonic? –Salas temblaba de angustia– ¿Qué fue de ellos?
Pasados varios minutos, las neuronas carcomidas de Umaña finalmente lograron articular una respuesta.
–Shalas. Arenash-blancash. Casherio –miraba ansiosamente a Salas–. Muerte, hieeerba.
Luego de este galimatías, Umaña guardó silencio mientras Radek anotaba cada palabra y la registraba en un magnetograbador que tenía en su bolsillo. El médico registraba todo con una videocámara química de tres colores.
–Arenash blancash –seguía parloteando el no muerto–, pedro palotes te mata mata.
Luego, pareció como que la cosa trataba de sonreír, con una mueca que todos los presentes recordarían hasta el fin de sus días. Trataron de hacer más preguntas, pero el cadáver no respondía. Radek estaba muy frustrado. Había esperado otro resultado del fluido reanimador de West.
Pasaría una media hora hasta que el cadáver de Umaña dijera algo más:
–Déjame deshcanshar. Muero. Dueeele –sus ojos herraban por el cuarto. Luego de esto no dijo más.
Salas miró a Radek esperando una solución. El ingeniero se encogió de hombros y sacó el sellador dimensional y disparó a la cabeza de Umaña. Un rayo azul salió del arma e iluminó el torso cadavérico. Lo que quedaba de su alma había sido sellado definitivamente en una dimensión desconocida e inexplorable. Ahora descansaría para siempre.
Regresaron al cementerio con los pedazos del cadáver. En esta ocasión el guardia no dijo nada: semejante profanación no merecía comentarios suyos. Taparon la tumba y cada uno regresó a su lugar de habitación. Solo una frase más saldría de boca del Comodoro Salas: “Ing. Radek, estamos a su disposición en caso de que quiera continuar con la expedición”.
Radek se tumbó en su cama bastante molesto. La entrevista había sido una completa ruina. Umaña estaba demasiado descompuesto y su cerebro a duras penas había logrado esbozar ideas. Elaborar una expedición basada en las pocas palabras salidas de su cavernosa boca no tenía mucho sentido ahora.
De todas formas visitaría la biblioteca de Santa Fe de Bogotá, en busca de lugares o personas que pudiesen darle alguna pista. De lo contrario se marcharía del país esa misma semana.
Madrugó a la biblioteca. Hurgó en ella hasta mediodía;  asombrado descubrió que si existía un lugar denominado Arenas Blancas en el estado del Cauca.

Después de todo si organizaría la expedición. 

lunes, 1 de octubre de 2012

Segundo Capitulo de la Expedición Grancolombia 1938

Continuamos con la aventura, en esta ocasión se trata del segundo capitulo, donde se establece un preámbulo a la historia. Tal vez parezca extraño, pero no quería dar todos los datos en el primer capitulo. Aquí vamos!!


II


En esos días, el presidente de La Grancolombia, Eduardo Santos, estaba en pugna contra la gente del estado de Venezuela, quienes buscaban independizarse del País. El tema estaba en el aire y no muchos estaban de acuerdo en ceder territorio a los belicosos venezolanos, quienes deseaban fervientemente convertirse en un país hecho y derecho. Sin embargo, existía una separación muy notable entre el estado de Boyacá y el estado de Venezuela. Se trataba de una zona oscura llamada “Apure”, difícil de sortear por tierra pues su actividad feérica era una de las más intensas del mundo. Infinidad de seres y portales dimensionales poblaban esta zona, y el peligro de atravesarla la convertía en una frontera natural que dividía el norte de la Grancolombia en dos mitades. Esta zona oscura constituía el principal argumento de Venezuela para luchar por su separación. Increíblemente, esta región tan rica en especímenes feéricos, nunca fue el objetivo de la Universidad de Miskatonic.
La Grancolombia poseía tres zonas oscuras, lo que la convertía en uno de los pocos países con tanta actividad feérica. Algunos eruditos consideraban que el choque entre las tres placas tectónicas tenía mucho que ver en esto. La primera zona era la ya mencionada del Apure, la segunda el Centro del Cauca y la ultima el Norte del Azuay. La expedición de la Universidad de Miskatonic en 1928 se había llevado a cabo en la segunda zona: el Centro del Cauca. Esta demostraba una actividad no solo anormal, sino más bien diabólica. Varios eruditos de Miskatonic concordaban en que posiblemente allí había un portal similar al hallado tiempo atrás en la Antártica. Si esto era cierto, los humanos alguna vez podrían viajar a una dimensión paralela a la nuestra, la que algunos conocían como el “reino de R’lyeh”.



El centro del estado del Cauca era una zona prohibida. En su periferia había varias guarniciones militares que impedían el tránsito aéreo o terrestre por la zona. Sin embargo, cazadores furtivos se sumergían en aquellas junglas para atrapar pequeñas hadas para venderlas en el mercado negro. Estas abundaban en los costados del enorme río Atrato, pero también otros seres maléficos y peligrosos que no estaban bien catalogados. Algunas sirenas de agua dulce habían matado a campesinos descuidados y se sabía de bichos cuyas emisiones sonoras habían hecho estallar la cabeza de más de un cazador. El río era un motor eficiente de leyendas y mitos. Y Miskatonic deseaba descubrirlos todos.
Durante la primera expedición en La Grancolombia, Miskatonic había descubierto que algunos de los seres endémicos de la zona eran irregularmente fuertes. Los Mohani, las Madres de Monte y las Madres de Agua tenían rasgos que no concordaban con la fauna feérica conocida y según las recopilaciones hechas en la región, los rasgos indicaban una procedencia transdimensional que merecía más estudio. Para develar el misterio se enviaron dos equipos, uno compuesto por arqueólogos y otro por especialistas feéricos. El primer equipo se separó y se trasladó a la laguna de Guatavita, Estado de Cundinamarca, de donde se originaba la leyenda del Dorado. El segundo viajó a la zona denominada Quibdó, en el centro del Estado del Cauca. Este último envió varios ejemplares muy valiosos de hadas venenosas de selva húmeda que no se conocían y cuyo rasgo particular eran los tentáculos que reemplazaban a las extremidades. Estas hadas ápteras deambulaban entre la maleza y rara vez se dejaban ver, pero hallar una de ellas por accidente significaba una muerte segura, ya que su agresividad y su cuerpo carente de alma las convertían en peligrosos rivales. También se hallaron crías de un ser desconocido en dos lagunas de la región, las cuales aun están sin identificar. Nuevamente se trata de seres con rasgos de cefalópodo que merecen más estudio.
Otro espécimen hallado en la región y que lamentablemente solo se conserva en las fotos que alcanzaron a enviar los científicos en el primer y único embarque, era el cadáver de un “Obispo de mar”, ser intelectualmente compatible con los humanos, pero cuyos rasgos ictiológicos lo convertían en una amenaza para los campesinos de la zona quienes armaban absurdas cacerías para eliminarlos. Uno de estos seres había entablado contactos con científicos rusos años atrás y les había mencionado a la ciudad de R’lyeh. Fue quien explicó el origen transdimensional de los “ictios” de R’lyeh. Aun no se establecía si la fauna feérica de todo el mundo tenía su origen en esa dimensión pero muchos creían que sí. Más adelante descubrirían que cada planeta tiene sus propios seres “elementales” y que no siempre son compatibles interdimensionalmente.
La emoción de Miskatonic ante estos descubrimientos pronto se vería nublada por la desaparición de los científicos que participaron en la expedición. Solo sobrevivió un Capitán de Navío llamado Rafael Umaña.
Este hombre había logrado salir de la espesura con horribles heridas que poco a poco consumían su vida. Sin embargo, y afortunadamente para él, sobrevivió hasta saber que no moriría en soledad. Fue rescatado por la primera comisión en 1929 pero no pudo ofrecer ninguna explicación coherente ni dar ningún detalle de la expedición. Cayó en coma y murió presa de horribles convulsiones.
Los eruditos grancolombianos decidieron cerrar la zona. Sin embargo, en Miskatonic deseaban una revancha. Pasaron diez años hasta que el gobierno grancolombiano finalmente aceptó una nueva expedición a la zona, la cual tenía dos objetivos: el primero era descubrir el destino de la primera expedición. El segundo, completarla. Esta vez contarían con nuevas tecnologías para garantizar la seguridad de todos. Y también debían contar con la participación de gente con experiencia en la zona.
Se había elegido a John Radek como primer miembro de la comisión. Él estaría encargado de establecer contactos con el gobierno, recibir los equipos, contratar al personal asistente y organizar la expedición. Sin embargo, había un problema gigantesco: nadie sabía por dónde empezar, la única persona que había sobrevivido estaba enterrada en una tumba y no había revelado nada antes de su muerte.

Radek debía lograr un contacto con Umaña a toda costa, aun si el precio implicaba que los eruditos de Miskatonic aceptaran las abominaciones del desaparecido Herbert West.