lunes, 3 de septiembre de 2012

El bajorrelieve



Mi mujer y yo vivimos en el barrio La Campiña, cerca del barrio Chipichape. Es un barrio muy agradable; como decimos por acá: un buen vividero. Todos los días sacamos a pasear a nuestro perro y le damos un par de vueltas al supermercado de la zona. Al caminar por ahí, pasas al lado de varios edificios, algunos de ellos bastante pomposos.



Una mañana iba con mi mascota por el camino de siempre, en la acera al frente de los edificios. Entonces escuché los gritos desesperados de una niña: “¡AYUDA! ¡AYUDA!, ¡ME DEJARON ENCERRADA!”. Mi perro inmediatamente se puso alerta y empezó a ladrar. Otros transeúntes escucharon lo mismo. Uno de mis vecinos, el “cubano”, venía detrás de mí con su perrito, e inmediatamente dijo: “Es una niña y la dejaron encerrada, hay que ayudarle”. Así que tres de los que estábamos ahí (todos con perro) nos acercamos a la portería del edificio, donde el vigilante veía televisión con toda tranquilidad. Le tocamos y le dijimos que una niña estaba en problemas en alguno de los apartamentos. El tipo nos dijo con impaciencia que no se escuchaba nada y que no lo molestáramos.

Ya se imaginaran el estado de nosotros los voluntarios y también de la irritación del guarda. Los gritos no cesaban. El cubano y otro señor discutían con el viejo guarda, mientras yo guardaba silencio y escuchaba los gritos. Sé que parezco un pusilánime, pero yo no podía hablar debido a la sensación que me daban los gritos: a mí me parecía que eran de dolor.

El guarda salió, y apenas pisó la calle también escuchó los gritos. Créanme que fue divertido ver como palidecía y entraba corriendo al edificio. Lo primero que hizo fue llamar a la policía y luego desapareció en las escaleras.

Los demás nos quedamos afuera.

Pasados unos cinco minutos (tiempo record tratándose de Cali) llegaron dos patrullas y los policías subieron presurosos por las escaleras. Para entonces, varios transeúntes se habían apilado a las afueras del edificio de apartamentos. Todo el mundo estaba preocupado con la pobre niña. Un par de viejas sacaron sus rosarios y empezaron a rezar.

A los quince minutos de llegar la policía, los gritos finalmente cesaron. Casi de inmediato vimos salir personas del ascensor. Otros, junto con los policías bajaron por las escaleras. Todo el mundo venia con cara de consternación. Yo pensé que la niña había muerto, y varias personas afirmaron lo mismo. El guarda estaba mas extrañado que angustiado. Uno de los policías hablaba con la central por su radio, informaba que no había novedad.

El cubano se acercó al guarda y le puso conversa. Yo ya estaba con ganas de largarme del lugar, pero un chisme es un chisme, y mi mujer no me perdonaría la falta de detalles. Finalmente el cubano se me acercó y me dijo que los policías habían llegado al quinto piso, donde los gritos se escuchaban con mas vehemencia. Según el guarda, los gritos parecían venir de una de las columnas del edificio. Uno de los policías dio algunos golpes con una porra y entonces cesaron los gritos. Escalofriante.

Se hizo una última revisión y la gente fue dispersándose. Ese era un chisme de los buenos.

Yo no le paré mas bolas al asunto. Pero mi amigo, el cubano, no pudo resistirse y le hizo seguimiento al tema algunos días mas. Los gritos no reaparecieron, pero en la columna empezó a aparecer una humedad que no se iba ni con pintura.

Meses mas tarde, la humedad se hizo maloliente. Y un día, un plomero notó algo anormal en la columna. Al golpear con un destornillador, descubrió que la columna sonaba hueco en donde alguna vez se habían escuchado los gritos.

El plomero olio una vez mas la humedad. Los vellos de la nuca se le erizaron de inmediato.

Olía a viejo…

Meses mas tarde, la “columna gritona” se había vuelto tristemente célebre. Los apartamentos del cuarto al sexto piso iban siendo abandonados. Pronto, medio edificio tenía en sus ventanas avisos de “SE ARRIENDA” o “SE VENDE”. La administración tuvo que tomar cartas en el asunto, y a pesar de los riesgos estructurales, decidió remover aquel trozo de columna.

Un equipo de tres obreros tuvo la curiosa misión de “amputar” la columna interna del quinto piso. Aquella que llamaban “la columna escandalosa”.

Llegaron un sábado a primera hora. Luego del café y de algunas bromas de mal gusto, se prepararon a demoler la estructura. El mas joven tenía la misión de iniciar los golpes con una porra. Contundentemente dio un primer golpazo al concreto. De inmediato, una gran zona de la columna se vino abajo.

Asustados, los obreros saltaron y dieron algunos pasos atrás. Cuando el polvo se asentó un poco vieron el hueco.

Y lo que vieron los hizo retroceder aun mas.

Parte de la estructura estaba en el suelo, pero la que había quedado en pie presentaba una cavidad muy particular. Era como el molde de una niña. La parte frontal de su cuerpo estaba al interior de la columna, mientras que la espalda estaba en los restos caídos. Dos de los hombres se acercaron aterrados mientras veían el vaciado de humano en el concreto. No podían dejar de mirar la zona que había albergado la cabeza y el rostro. Casi que podía verse la expresión asustada de la niña mientras se asfixiaba entre el material de construcción. Se veía la boca abierta (y los dientes) en un silencioso y angustiado grito. Los pliegues del vestido y los pies eran perfectamente visibles: Era un molde perfecto de una niñita.



El tercer obrero, que había preferido no acercarse, tomó uno de los trozos de concreto del suelo. En el aparecía perfectamente vaciada una de las manos de la niñita. Las uñas y las rayas de las falanges aparecían con toda nitidez. Incluso un anillo parecía rodear el dedo anular de la pequeña. El muchacho guardó el trozo en su mochila.

Consternados, los obreros guardaron sus herramientas y bajaron en silencio. Cada uno de ellos solo podía pensar en el sufrimiento de la pequeña.

Se llamó a la policía y se hicieron varias investigaciones en el edificio. El proceso aun no termina, y la ruina acompaña la construcción desde entonces. Los apartamentos no se venden y tampoco se alquilan. Ningún vigilante quiere hacerse cargo del edificio y el lugar se deteriora poco a poco. Creo que hoy tienen planes de demoler la construcción. Supongo que no les queda mas alternativa. Han pasado tres años.

¿Y que pasó con el pedacito de concreto con la mano de la niña? Pues el joven obrero decidió llevarlo a su casa y lo puso en una repisa de la sala. Lo ha convertido en tema de conversación cuando sus amigos llegan a visitarlo a su casa. Por alguna razón sabia que a la niña ya no le importaría.

Y era verdad, pues la niña que erróneamente había saltado a nuestro universo sí que había pasado un susto enorme al quedar atrapada en la columna del edificio, pero afortunadamente había sido rescatada segundos antes de asfixiarse entre el concreto. Rápidamente la arrastraron a su universo original y minutos mas tarde recibió un fuerte regaño de su madre.

Jamás volvió a acercarse a un saltador transdimensional sin permiso. 

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