miércoles, 18 de julio de 2012

Médicos confundidos


Que alguien explique, ¿Cómo se manifiesta la vida?

La vida. Ese milagro tan difícil de definir. Sabemos diferenciar una planta viva de una artificial con solo mirarla, igual con un perro muerto... Yo también sé que estoy vivo. De alguna manera es así. Creo que al final no es un asunto orgánico, fisiológico o químico. Algún misterio ha de tener porque cuando ves a un cadáver de alguna manera “no lo ves vivo”. Para mi es maravilloso, pero para otros… bueno, otros descubren el secreto.

Conocí a uno de estos a finales de 2009.

Un sábado por la tarde fui a al “Parque de la Flora” en el norte de Cali para pasear a mi nuevo cachorro y socializarlo un poco, pues este parque es un lugar de reunión canino bastante popular. Lamentablemente, dos equipos de fútbol se batían a duelo por alguna ficticia copa del universo. Era un fiero partido. No tuve mas remedio que dar un par de vueltas al parque con mi enérgica mascota.

Al finalizar, encontré a un viejo sentado en una de las bancas del parque. Al parecer estaba muy interesado en el partido, pero al ver a mi perro no pudo evitar convertirlo en centro de atención. “Hermoso animal”, “Es cachorrito, ¿verdad?”, “Yo también tengo un labrador en la casa”. Con esas frases tan típicas iniciamos una conversación. Ahí me enteré que el tipo era el entrenador de uno de los equipos. Al darse cuenta que yo era un “genio informático”, me comentó que tenía problemas en su computador y quería que le ayudara. Un cliente es un cliente, así que acepté y quedé de revisarle su laptop al día siguiente.

El hombre vivía justo en la cuadra siguiente al parque, hacia el ferrocarril. Las casas de esa cuadra siempre me han gustado, son grandes y con patios que colindan con el parque. De alguna manera tu patio principal es precisamente el parque, lo que le da a las casas un toque campestre envidiable.

El estudio estaba en el segundo piso. Al entrar, lo primero que llamó mi atención fue una cabeza frenológica de porcelana. La biblioteca estaba colmada de libros de medicina y había algunas herramientas propias de los médicos. El escritorio del computador estaba plagado de esos suvenires típicos de los galenos: libretas con la marca de un laboratorio, una capsula “loca” publicitando un medicamento y un pequeño osito vestido de medico con una jeringa en su mano. No pude dejar de preguntarle: “¿Usted es medico?”.

El tipo mostró una sonrisa cansada y triste: “Hace muchos años fui neurólogo. Pero ahora ya no. Ahora juego futbol”. Asumí que no quería hablar del tema. Entonces me dediqué a revisar su computador. No me gusta ser metiche, pero no pude evitar observar que las páginas visitadas y las fotos descargadas estaban todas relacionadas con el mundo de la medicina. En fin, no podía arreglarle el problema del computador ahí mismo. Debía llevármelo a mi casa y trabajar allá. El viejo no tuvo inconveniente.

Me embolaté con otras cosas y solo arreglé el computador hasta el viernes siguiente. Llegué por la noche y vi parqueada en su garaje una espectacular camioneta “Lincoln”, posiblemente única en la ciudad. El vehículo pertenecía a un amigo del viejo, quien le traía como regalo una botellita de whisky de 24 añitos. Fui presentado y recomendado como el "experto en computadores de la familia". El era un cirujano.

El tipo se fue y me quedé ahí montando el equipo para ensayarlo junto al viejo. Mientras tanto, pidió a su esposa que abriera la botella y nos sirviera dos vasos de whisky con agua fría. Debo confesar que fue la primera vez que tomé un whisky de 24 años... y para ser muy honesto no noté ninguna diferencia con los normalitos.

Luego, animado por el calor del whisky, me contó que había sido un medico de la Universidad del Valle y que su especialidad era la neurocirugía. Pero que hacía ya treinta años había dejado la profesión para dedicarse de lleno al futbol: “Los trofeos que viste en la sala fueron de torneos de barrio, todos equipos entrenados por mi”. Ahí empezó un monologo futbolístico que no me interesaba mucho: el futbol no es mi fuerte.

Cuando yo llevaba solo dos vasos de whisky, el viejo ya iba por el cuarto. Era comprensible, pues me imaginé que deseaba beber la mayor parte de su botella. Debía dolerle tener que bebérsela en compañía de un desconocido. Yo me estaba aburriendo e hice la pregunta que me carcomía hacia varios minutos y que de alguna manera sabia que lo iba a incomodar: “Cambiando de tema, dígame ¿Por qué abandonó la medicina?”. Entonces su rostro se oscureció de inmediato. No sé si fue el trago o qué, pero sus ojos se llenaron de lágrimas. Y entonces dio inicio a un monologo mucho mas sorprendente que el de los equipuchos de futbol de barrio.

“Tengo sesenta y tres años. Fui medico a los veinticuatro y neurocirujano a los veintinueve. Hice mucha plata con esa carrera. Me casé y me di muchos lujos. Tuve mi apartamento en Miami y una hacienda en los llanos. Amo mi profesión y le agradezco todo lo que hoy tengo. A los treinta y cinco años me cambió la vida, muchacho. Y odié la medicina para siempre”.

En ese momento entró la esposa del viejo con una bolsa de papitas fritas. Nos detuvimos a comer un rato.

“Bueno, la cosa es que a nosotros nos enseñan que debemos salvar vidas. Ese es nuestro objetivo y parte del juramento hipocrático. Así que durante toda la carrera te dedicas a conocer la vida y a competir contra la muerte. Pero a fin de cuentas, ¿Qué es la vida?”.

Ahí se detuvo y se quedó mirándome. Esperaba una respuesta de mi parte y me cogió fuera de base: “mmm, la vida es un milagro…” dije estúpidamente. El viejo se quedó serio.

“Pues sí. La vida es un milagro muchacho. Un milagro bien raro. Veras, mi especialidad es el cerebro. Para mí, era la torre de control del cuerpo humano, sin cerebro no te mueves. Sin cerebro no piensas, mejor dicho: sin cerebro no funcionas. Pero los médicos nos encontramos con casos verdaderamente inverosímiles. Yo había escuchado leyendas en las reuniones de amigos cuando estudiaba. Alguna vez hicimos chistes sobre pacientes que no se habían dado cuenta que estaban muertos. Para serte sincero, algunos médicos te hablaban del caso extraoficialmente mientras dictaban clase. Pero de alguna manera, nadie lo menciona libremente. Ni en los libros encuentras casos similares”.

Hasta ahí yo no entendía muy bien a qué se refería el viejo. Supuse que hablaba de muertos vivientes… lo cual por supuesto no podía estar saliendo de boca de un medico. Pero como verán, me equivocaba.

“A lo largo de mi carrera, tuve que atender varios casos que iban en contra de lo que me habían enseñado. Por ejemplo, un paciente con un derrame cerebral tan grave, que parecía que su cerebro estaba achicharrado. Teóricamente, con ese pobre hombre no había nada que hacer, pero ahí estaba asustado y diciéndome “Doctor, no me deje morir. Tengo dos hijas”. Yo no sabía qué hacer. Para mí, su cerebro estaba muerto. Medicamente yo no podía hacer nada. El tipo salió caminando de la sala de urgencias al otro día. Luego se le hizo un examen en el Hospital Universitario y el cerebro no dio lectura alguna, incluso parecía que estaba descomponiéndose. Murió de una septicemia a los dos meses”.

“El día que le hicimos el electroencefalograma, el técnico y yo ni siquiera nos miramos. No sé si el muchacho ya había presenciado un caso similar, pero lo único que hizo fue buscar un informe de otro paciente sano, cambio el nombre, las fechas y me lo entregó junto con otros exámenes que indicaban que el paciente estaba completamente sano. Yo firmé sin objetar nada. De esta manera la familia quedó tranquila y cuando aquel hombre murió de septicemia, nadie investigó nada. ¿Te das cuenta? El asunto es rutinario. Pasa todos los días. El cuerpo humano sigue funcionando sin que sepamos como lo hace. A mi consultorio llegó una vez un indio que se quejaba de unos dolores de cabeza terribles y que no le habían podido controlar. El médico que me lo remitió había hecho una anotación en el informe con bolígrafo rojo que decía MIGRAÑA CRONICA*. Ese asterisco es un código que algunos médicos manejan para decir que la cosa es increíblemente rara. Si alguna vez encuentras un asterisco rojo en una formula medica, asústate”.

“De inmediato supe que se trataba de un paciente interesante. Pero al examinarlo, me di cuenta que era algo que ni la religión podría explicar. Su corazón no latía, sus reflejos se habían ido de vacaciones y sus pupilas eran enormes. La sangre no se movía por sus venas. Ponerle el estetoscopio en el pecho daba el mismo resultado que ponerlo en una lapida de mármol. Le tomé una muestra de sangre y esta era negra. Casi necrótica. Yo no podía hacer nada por él, ¡me habían enseñado a curar gente viva! Técnicamente, un muerto no es un paciente”.

Bebí otro trago de whisky pensando que el tipo me estaba "mamando gallo". Entonces, yo comenté que debía tratarse de una respuesta anómala del cerebro. En mi mente, me imaginaba un computador al que se le dañó el procesador pero que aun te muestra los datos de la BIOS. En ese caso crees que aun funciona. El viejo no aceptó mi teoría.

“¡No! No es un asunto cerebral. Con esos casos me di cuenta que el cerebro no contiene la conciencia, ni controla nada. En teoría, podrías extirpar todos y cada uno de los órganos y la persona podría seguir viva. El problema médico radica en que no sucede en todos los casos. Tengo un caso mas increíble aun: el de un gerente de una multinacional que no tiene cerebro. ¡Imagínate! ¡No tiene cerebro!, y es el gerente de una empresa gigantesca. ¿Cómo lo explicas?”.

“Y finalmente, eso fue lo que me hizo tanto daño; tanto como para abandonar mi carrera. Y como me imagino que no me crees, entonces te planteo esta situación: cuando ves a una persona dormida, sabes que está dormida. Cuando ves un muerto, sabes que está muerto. Si pongo a un muerto al lado de un personaje dormido, seguramente sabrás diferenciarlos. La muerte puede verse, o percibirse, al igual que la vida. ¿Sí o no?”.

Tuve que responder que sí. Y es verdad, todos sabemos diferenciar entre una estatua de cera, un dormilón y un cadáver. Somos prácticamente la única especie con esa capacidad… y creo que también los elefantes.

El viejo se levantó y salió de la habitación. A su regreso, traía consigo una caja grande de madera. La abrió con parsimonia. Dentro podía verse un montón de viruta de madera. Hurgó un poco y extrajo un cráneo humano. Me preguntó: “Míralo bien. ¿Está vivo o muerto?”.

Yo le aseguré que estaba muerto, y el viejo asintió satisfecho. Luego metió la mano nuevamente y sacó otro cráneo humano. No me van a creer, pero el corazón casi se me sale por la boca.

“Ahora mira bien este… ¿está vivo o muerto?”. Yo guardaba silencio. Esa cosa estaba viva… no sé cómo, pero así era. No pude articular palabra, así que el viejo siguió hablando.  

“Está vivo. Este cráneo vive. No se mueve porque le faltan todos los músculos y no tiene como descomponerse. Pero esta vivito y coleando”. Me lo pasó y yo tuve que rechazarlo. No podría tocarlo de ninguna manera. El viejo sonrió.

“Me lo regaló un medico holandés que estudiaba este fenómeno en privado. El tipo se suicidó a principios de los noventa. Pero aun hay mas, espérame un momento”.

Volvió al rato con otra caja cubierta con una tela oscura y al parecer su esposa lo reprendió por “estar sacando esa cosa tan fea”.

“Espera y veras. Te voy a presentar a una amiguita”.

Removió la tela y ¡ta-ran! Se descubrió una caja de vidrio, como un pequeño acuario. Dentro había una mano cortada mas o menos hasta la mitad del antebrazo. Estaba sumergida en un líquido, seguramente formol.

Y se movía como un pez.

Yo me levanté de la silla muy nervioso. Ya no me parecía divertido. Además, para entonces el rostro del médico rayaba en la locura. Indudablemente era debido al whisky de 24 años… pero yo me sentía en el gabinete de un científico loco.

“Tranquilo, que no se va a escapar. Es que es muy inquieta. Y se me está dañando, ¡qué pesar!”.

En efecto, la mano no se veía en muy buenas condiciones, el dedo meñique ya no tenía carne y la última falange se había desprendido; el muñón por donde estaba cortada parecía musgo. De lejos, es la cosa mas inquietante que he visto.

“Perteneció a un motociclista que se mató en la avenida sexta. Se decapitó pero al final seguía moviéndose y la cabeza trataba de hablar en todo momento. En la sala de urgencias tuvimos que darle con martillo para que al menos no se moviera y la familia pudiera verlo bien muerto. En esos casos hay que dañar tendones y músculos para dejarlos estáticos porque el cadáver no deja de moverse. Yo me quedé con este recuerdo, para investigarlo en privado. Pero finalmente decidí abandonar todo este cuento”.

“La verdad es que algunas personas y algunos seres son insuflados con algo que no es propiamente vida. Si me preguntas a mí, te diré que estos personajes están poseídos por algo mas. Algo que no es de este mundo”.



Yo ya no podía mas. Me despedí y a la vez pedí disculpas. El viejo se quedó sentado con su “mascota” y su esposa me acompaño a la salida. Estaba incomoda con la situación: “Yo me imagino cómo debe sentirse. El viejo nunca ha hablado de esto con alguien que no sea medico, pero yo le ruego que no le cuente nada a nadie. ¿Me lo promete?”. Yo le prometí que si… aunque ahora estoy faltando a mi palabra. Ojala me perdone.

Salí de esa casa completamente aterrado. Aquella mano estaba viva y nadaba entre el liquido como un pez infernal. Esa noche comprendí que algunas personas poseen una “vida diferente” a la de otras. Algunas han sido poseídas por alguna entidad que hace que sus cuerpos y mentes funcionen a un nivel completamente distinto. Lo inquietante del asunto es que podría pasar a cualquiera. Tal vez cuando nacemos “algo” se apodera de nuestros cuerpos y los mantiene en movimiento, aun cuando biológicamente sea imposible. Esa noche, al ver aquella mano nadar como un pez, supe que la vida tiene un secreto inconfesable.

Y tal vez maligno.

Nunca volví donde aquel medico. Y tampoco volví a beber whisky de 24 años. 

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