jueves, 23 de febrero de 2012

Las trenzas de Yesenia

“¡Que lindas trenzas, no te conocía esas habilidades!”, Jairo estaba maravillado de ver a su pequeña hija con semejante trenzado tan hermoso en su pelo. Su mujer, Olga, se acercó perpleja: “Yo no le he hecho trenzas a la niña”.

Ustedes no se imaginan el caos que armó la pareja por las trenzas. Llamaron policía, vecinos y a cuanta persona vivía cerca de la casa finca que recientemente habían adquirido en Puerto Espejo, en el departamento de Quindío.

Aquella tarde, la pequeña Yesenia jugaba en el patio y su padre la vio al llegar del trabajo. Ahí fue cuando vio las perfectas trenzas que tenía en su hermoso cabello.

¿Y cuál es el misterio con las trenzas de Yesenia? Pues que Yesenia tenía tan solo dos años y de ninguna manera podría haberse trenzado el cabello de esa forma. Ni su madre podría hacerlo. Los vecinos mas próximos Vivian a unos cien metros de la casa y por la zona había muy pocos niños. Eran nuevos en la región y eran poco conocidos. Sus padres estaban bastante incómodos con la situación. En todas partes hay degenerados y depravados, y temían muchísimo por la seguridad de la pequeña. Esa noche hubo pelea conyugal, lágrimas y desesperación. Las trenzas fueron desmontadas con mucha ira por parte de su madre.

No la dejaron salir mas al patio. La siguiente semana, la pobre Yesenia fue prisionera de su madre. Finalmente las cosas se calmaron un poco.

Un jueves a las once de la mañana, Yesenia jugaba con una muñeca de trapo en la cocina. Olga fue cinco minutos al baño y al regresar tomó a la pequeña y la puso en un asiento para niños, le iba a dar una compota antes del almuerzo. Le puso su muñeca en el regazo y puso su osito en la mesa.

Un momento: ¿su “osito”?, ¿Cuál osito? ¡La niña no tenia mas juguetes que la muñeca de trapo!
Olga entró en pánico. Recorrió la casa a trompicones buscando a quien le había entregado tal presente a su niña. Buscó en toda la propiedad. Nada. Salió a la carretera buscando a algún vecino. Nada.

Nada y nada y nada.

Regresó a donde su hija, las lagrimas empezaban a menguar.

Luego la vio sentada en el suelo. Con su muñeca. Su osito. Y una muñeca flacuchenta.

¡Oh, si! ¡Y con el pelo trenzado hermosamente!

Su grito se escuchó hasta la casa vecina, de donde vinieron a socorrerla. Olga estaba histérica y corría como loca alrededor de la mesa. La niña lloraba asustada al ver la locura de su madre. Una vez mas llamaron a la policía. Buscaron en todas partes. Nada.

Luego llegó Jairo, a quien la cosa ya le estaba pareciendo rara. Desde su machista punto de vista, Olga estaba queriendo justificar algo bastante incomodo. Decidió tomarse unos días para vigilar a sus mujeres. Por supuesto hubo pelea esa noche. Las trenzas fueron desbaratadas y oso y muñeca fueron confiscados por los policías, cosa que atormentó dolorosamente a la pequeña Yesenia.

Esta vez, el comandante de la inspección de policía decidió dejar al Cabo Martínez al cuidado de la casa. El había perdido a un sobrino en la época de Garavito y tenía muy claro que los depredadores sabían cómo engañar a los niños.

El cabo Martínez se quedó esa noche con la familia. Dormiría en la sala y tendría autorización para entrar al cuarto de la familia cuando lo desease.

Martínez deseaba cuidar bien a la pequeña. Apreciaba mucho a la familia, y estaba secretamente enamorado de Olga. Cuidaría de ellas y no se dormiría en toda la noche.

A las tres de la mañana, Martinez escuchó la risa de la pequeña niña. Se quedó quieto. Entonces escuchó otra risa infantil. Se levantó como un resorte y corrió hasta el cuarto.

Yesenia estaba de pie, sonreía complacida mientras su cabello era trenzado por un niño blanco como la nieve y sin pelo.

El pequeño volvió su sádica mirada hacia Martínez. El pobre policía hizo lo que cualquiera de nosotros hubiera hecho en aquella situación: se desmayó.

Jairo escuchó la caída del policía, se levantó y corrió a ver qué pasaba. Entonces escuchó los sollozos de Yesenia y una risa endemoniada que salía hasta la sala y de ahí hacia la oscuridad del campo. Salió frustrado y angustiado. Adentro se escuchaban los lamentos de Olga.

Luego socorrieron a Martínez. Lo ayudaron a despertar (a cachetadas) y luego el pobre no podía hablar. Tenía la mandíbula anquilosada. Lloraba. Olga empezaba a enloquecer. Llamaron a la policía nuevamente. Pero entonces, Martínez, presa de la desesperación, salió a la carretera y empezó a correr enloquecidamente hasta el pueblo.

Fue atropellado por un jeep a doscientos metros de la casa. Murió instantáneamente. Fue el único testigo del perpetrador de las trenzas.

Luego de esto, la familia entró en pánico. Recogieron todos sus enseres y decidieron largarse de la casa. Después verían como venderla.

Esa lluviosa tarde llegó el camión que habían contratado para sacar las cosas. Tenían los corazones oprimidos y angustiados. Yesenia tenía el cabello hermosamente trenzado. Sus padres habían desistido de desarmar las trenzas.

Cargaron el camión, el cual se alejó lentamente. Ellos tomaron una camioneta de un conocido.
Entonces, de un charco barroso brotó un niño blanco y sin pelo. Se agarró de un saliente de la camioneta y así fue arrastrado por el camino, como un harapo viejo de sonrisa demencial.

A Yesenia no le harían falta sus trenzas. ¡De ninguna manera! 



Nota: Este relato va dedicado a mi querido amigo Erwin Andrés Espitia y a su novia María Yessenia Torres, quien en una noche de tragos nos contó sobre las famosas trenzas. Sobra decir que el relato esta basado en un hecho real, del cual ella fue testigo. 

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